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Cuando la mejor opción es regresar

Nombre: Pina
Edad: 34
País: Panamá  
Mi esposo y yo decidimos irnos a Panamá ya que él, desde hacía varios años, tenía como proyecto hacer una pequeña inversión allá con unos parientes. Hace tres años fuimos un par de veces para explorar ciudad de Panamá y comenzamos a hacer los trámites legales. El proceso de hacerse legal en Panamá entonces era muy caro, engorroso y burocrático. En promedio necesitabas unos 3000 dólares por persona y al menos 8 meses, para obtener residencia y luego permiso de trabajo. En Panamá la residencia no da derecho a trabajar, son trámites separados que tienes que hacer uno detrás del otro. Todos los trámites tenían que hacerse mediante un abogado Panameño con idoneidad. El abogado cobraba no menos de 1000 dólares de honorarios por tramitar legalmente una residencia. En aquél momento habíamos podido ahorrar dinero suficiente y decidimos proseguir con todo, a pesar de lo caro.

Panamá me gustó a primera vista, me impresionó la modernidad de los edificios, hoteles y vida nocturna en la Avenida Balboa, Paitilla y Punta Pacífica. Más adelante me daría cuenta que eso solo era una pequeña fachada de la ciudad. El clima me sofocaba, entre cálido y húmedo, llovía demasiado. Sin embargo pensé que era algo a lo que terminaríamos adaptándonos. En las primeras visitas a Panamá percibí cierta descortesía por parte de algunos locales. En las oficinas del servicio Nacional de Migración, en las tiendas, en la calle. Pero decidí no tomármelo personal, después de todo, estaba descubriendo un nuevo país y saboreando la posibilidad de una vida mejor. También entendía que siendo un país pequeño, ellos no veían con agrado la especie de "invasión" que hicimos los venezolanos allá. 

Finalmente todos nuestros trámites estuvieron listos, y nos fuimos a mediados del 2016. Durante unos días nos quedamos en casa de un familiar de mi esposo. Mientras logramos concretar el alquiler de un lindo y cómodo apartamento en una zona algo deprimida, pero a un precio accesible; 1000 dólares era una “ganga” en aquella ciudad tan cara. El servicio de transporte público en Panamá es precario y no estaba contemplada la posibilidad de comprarnos un carro por los momentos, por tanto nos decidimos por esa urbanización que estaba accesible a todo. Todos los días sin descanso buscábamos trabajos, colegios, posibilidades de emprender o hacer una inversión que se ajustara a nuestro capital. Exploramos varias opciones y llamamos a viejos contactos. Todos nos hablaban de una economía contraída y hostil para emprender o invertir. Mientras tanto comenzamos a vivir la realidad de un ciudadano de a pie en Panamá. Nos montamos en metro, en metro bus y en “Diablo rojo” (Autobuses viejos con decoraciones estrafalarias). En el Metro, en los taxis amarillos y en algunas tiendas nos decían cosas desagradables sólo al escucharnos nuestro acento venezolano (sí, tenemos acento). Optamos por evitar el transporte público para ir a algunos sitios y entonces usábamos Uber, que era más caro, pero al menos los conductores eran muy respetuosos. Con el paso de los días concretamos una pequeña inversión en un negocio donde las cosas no salieron como esperábamos, por lo cual era imperativo salir de eso cuanto antes y recuperar nuestro dinero. Como agravante de la situación, las leyes migratorias comenzaron a apretar y me afectaban directamente como venezolana.
Después de mucho pensarlo tomamos la decisión de regresar a lugar seguro: Venezuela. Comenzamos a apreciar más que nunca a nuestro país, después de todo era nuestra casa. Hace dos años cuando regresamos, la crisis política, social y económica apenas arreciaba, sin embargo jamás imaginamos que el país se iba a convertir en lo que es ahora. 

Sabemos que hay un mundo mejor afuera, que hay muchas oportunidades de vivir mejor y darles un mejor futuro a nuestros hijos. Sabemos que Venezuela está pasando por una crisis económica y social muy profunda. Pero también sabemos que la grama del vecino siempre se ve más verde desde afuera. 
Mi mensaje con esta historia no es en ninguna manera en contra de Panamá, o a favor de quedarse en Venezuela y no buscar un mejor futuro, en absoluto. Mi mensaje es mi aprendizaje: Valorar más lo que tenemos, pensar muy bien las cosas antes de tomar una decisión, sacar bien las cuentas y leer entre líneas, cuando algo te parezca muy bueno para ser cierto es porque no es cierto. 
En Venezuela estamos muy mal acostumbrados a lo barato de los servicios, de la gasolina, al poco valor de la moneda. Pero en cualquier otro país la moneda vale, cuesta ganársela y también cuesta gastarla, en ningún otro país veremos un patrón de consumo de derroche como el que (todavía) hay en Venezuela. 

Entendí que las expectativas de migración y el proyecto de vida son muy personales y que cada quien debe buscar el país que mejor se adapte a esas necesidades. El país que eliges para emigrar debe ofrecerte al menos la posibilidad de estar legal, de obtener un trabajo decente y progresar, sobre todo cuando emigras en familia (con hijos). Aprendí que todo proyecto y todo aprendizaje tiene un costo, está en cada uno de nosotros asumirlo o no.

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